Escribo estas líneas sobre derechos literarios en el “día del libro” y de “la rosa” en Catalunya.
Cuando tengo algo de dinero me compro libros, si sobra algo me compro ropa y comida.
Erasmo de Rotterdam
Un día del libro un poco extraño puesto que no hay libros ni rosas, es decir que los hay pero no en la calle, no como una fiesta aunque muchos la han hecho en su casa o en su patio de vecinos, no como un largo paseo entre paradas de libros, con las calles abarrotadas de gente, con un día claro de primavera que invita a quitarse la chaqueta al sol y volver a ponérsela en la sombra, dejando que el tiempo corra sin prisa o aprovechando un momento en la comida para hacer algo distinto, echando una mirada a los nuevos títulos, ojeándolos, redescubriendo un clásico, dudando si ese con la portada tan atractiva no lo habríamos leído hace tiempo reconociendo a un escritor, recorriendo los libros con la mirada o dejándose seducir por sus dibujos o por sus primeras frases y aprovechando a comprar aquél libro tantas veces visto pero sobre el que no acabábamos de decidirnos faltos de excusa para comprarlo. Solo su lectura nos dirá si acertamos o si nos equivocamos. No importa lo que hace del día del libro un día especial es que sea un momento para disfrutar no tanto de la lectura como del libro.
Santiago Posteguillo relata en un libro suyo una conocida anécdota sobre Tolkien y los derechos de autor en Estados Unidos. La edición americana del “Señor de los anillos” había conseguido un grandísimo éxito y otra editorial lanzó masivamente una edición de tapas blandas de la obras. Hasta aquí bien pero no quisieron pagar derechos de autor al escritor. Se acogían a que cuando ellos editaron el libro Estados Unidos no habían firmado todavía el Convenio de Berna, algo que haría unos meses más tarde, tratado internacional que regula los derechos de autor en todo el mundo. Aprovechando este vacío legal, que no moral, la editorial se negaba a pagar cualquier cantidad a su autor. Tolkien, indignado, se tomó su venganza. Respondió a cada uno de los admiradores que le habían escrito para felicitarle por su libro explicándoles lo que estaba ocurrido. Le llevó mucho tiempo. Hoy con las redes sociales el escándalo habría surgido de inmediato y en todas partes pero el efecto fue el mismo, se montó un escándalo que hoy llamaríamos viral y ante el enorme descrédito popular que estaba empezando a sufrir la editorial decidieron rectificar y acordar con el autor las cantidades a recibir por su obra.
Por su parte Roberto Calasso cuenta que cuando quiso publicar los “no Maigret” en su colección se encontró con enormes problemas contractuales. Las obras ya habían sido publicadas en Italia pero poco a poco todas habían salido de circulación y solo se en encontraban en ediciones baratas de bolsillo muchos Maigret que se vendían en los quioscos de prensa. Tuvieron que pasar casi dos años, y la decisiva intervención del propio autor para que se solucionaran las trabas contractuales. Valió la pena esperar porque gracias al tesón del editor, Simenon empezó a ser considerado en Italia como un escritor “serio” que con el tiempo acabaría por ser publicado en la colección de “La Pléyade” que es como la puerta de entrada a la historia de la literatura francesa.
Hubert Nyssen el editor de Actes Sud, comenta los dos proyectos editoriales fracasados, con todas las consecuencias jurídicas que ello le acarreó antes de poner en marcha su proyecto más duradero. Las lecciones aprendidas le sirvieron mucho para persistir en el mundo editorial y para situarse en un marco jurídicos más adecuado que en los primeros casos. Todo lo cual no quita que, como dice el editor, “me convirtiera en editor por accidente”. También cuenta como, al apostar por Nina Berberova y publicarle sus libros cuando ya nadie se acordaba de ella, lo nombró administrador de toda su obra en el mundo entero llegándose a traducir a más de veinte idiomas. Supuso la internalización del editor y pasar “de la pequeña a la gran industria”.
Jean Giono, por su parte, centró su prefacio a su traducción de Moby Dick como Melville habría hecho a Londres para azuzar a sus editores ingleses y percibir sus derechos de autor. Fuera cierto o no lo que cuenta Giono, pues muchas de las cosas del prólogo son más propias de una autobiografía que de un ensayo biográfico, los derechos de autor fueron preocupación constante para un autor que tardó mucho en ser reconocido.
En 1998 Générale des Eaux se convirtió en Vivendi con el ánimo de ser una gran empresa de entretenimiento y comunicaciones y de ahí empezó a adquirir todo tipo de empresas editoriales en Estados Unidos que resultaron ser inversiones totalmente desastrosas. Su director general quería ser grande a toda costa y eso le costó pérdidas multimillonarias que son bien conocidas. Contratos, compraventas, desinversiones, distribución y muchas otras peripecias jurídicas, encauzan una de las peores historias de auge y caída d ela industria del libro.
En Nueva York, según cuenta André Schiffrin las pequeñas librerías de barrio iban desapareciendo ante la presión legal de cadena Barnes & Noble. Con aquellas que no pudo terminar se ocuparían de ello los propietarios de los locales que subirían desmesuradamente los precios, sin que la legislación americana estableciera ninguna limitación, hasta obligarlas a cerrar.
Dostoievski tuvo que escribir una de sus mejores novelas en menos de un mes porque de otra manera hubiera perdido el derecho sobre sus otras novelas, Balzac huía constantemente de sus acreedores y escribía por las noches para cumplir con sus compromisos editoriales, Dickens fue uno de los más grandes defensores de los derechos de autor y el abuso que los editores americanos hacían de sus obras, en la España del Siglo de Oro no existían derechos de autor, si los “privilegios” que suponían una especie de exclusividad de edición en un territorio concreto y por un tiempo determinado. Los ejemplos podrían multiplicarse.
Sirvan todas estas pequeñas anécdotas para demostrar como el derecho está plenamente presente en el mundo editorial, desde el mismo momento de la creación con los derechos de autor y con los adelantos (para los más afortunados) por los próximos libros, los encargos y los contratos con los “negros” (que siguen habiéndolos) o los premios literarios, la redacción de sus bases, la fiscalidad de los premios y todo la promoción que comporta. También el derecho está presente en los momentos previos a su publicación con los contratos de agencia, los acuerdos de autoedición, los contratos con las editoriales, las correcciones, las traducciones, el depósito legal y las reimpresiones. En el momento de venta también el derecho se encuentra en un lugar privilegiado, la distribución, el depósito del libro en las librerías, el precio fijo en algunos países y la venta a bajo coste en otros, los descuentos, los puntos de venta más allá de la librerías como en las grandes superficies o los quioscos, los encargos, la venta al público, las devoluciones, las promociones, las reseñas, la venta por correo o las ediciones digitales, las adaptaciones cinematográficas, los parques temáticos, el marchandising, … Todo un mundo de acuerdos y desacuerdos, de derechos y obligaciones, consensos y posibles conflictos, encuentros y desencuentros, exclusividades y negociaciones que, de alguna manera, reproducen las mismas dinámicas que en una gran mayoría de sectores. La áurea de romanticismo y la energía creadora que acompaña al libro y a la leyenda del autor no excluye que, como en cualquier relación humana, se establezca una red de derechos y obligaciones que deben tratarse desde una perspectiva jurídica. El derecho en estos casos no puede ser nunca el protagonista, pero si un muy útil (y necesario) compañero de viaje. Lo que ocurre en la industria del libro puede replicarse en todas las áreas de la actividad empresarial. No hay economía sin actividad y no hay actividad sin derecho.
Pero hoy es el Día del Libro y cuando cada 23 de abril celebramos al libro y a sus creadores, no debemos olvidar que estamos, de forma indirecta homenajeando al Derecho en su concepto más amplio pues sin derecho seguramente no habría libros y sin libros no tendríamos nada que celebrar.