Toda idea que quiera convertirse en un proyecto empresarial necesita acompañarse de su proceso de profesionalidad; y por ese motivo hablaremos hoy del pacto de socios.
Lo que deberíamos aprender antes de poder actuar, lo aprendemos actuando.
Aristóteles (Ética a Nicomaco)
Por esto último entiendo poner las bases de su estructura profesional, es decir definir el vehículo -o los vehículos, seamos ambiciosos al menos de partida- sobre el que pueda sustentarse toda la maquinaria que supone cualquier emprendimiento (producción, aprovisionamiento, venta, distribución, contabilización, prestación de los servicios, retribución, búsqueda de colaboradores, financiación, etc.), así como el uso de las herramientas necesarias no solo para su funcionamiento diario, sino también para su periódico ajuste que ha de permitir a todo futuro adaptarse, con la mayor rapidez, al presente y no al revés, pues a veces de tanto mirar el futuro no nos damos cuenta que tal vez el futuro no sea más que un presente que cuando lo contemplamos, se ha vuelto pasado.
Muchas de estas herramientas suelen estar presentes desde el primer día, nos son claramente familiares y nos acostumbramos rápidamente a su uso hasta el punto que acabamos por no ser conscientes de ellas, otras en cambio, nos parecen de menor utilidad inmediata, como la rueda de recambio, hasta que se nos pincha la rueda lejos del alcance de un área de servicio, y no nos preocupamos de ellas mientras venimos “aprendemos actuando” (de ahí la cita de Aristóteles), descubriendo quizás algo tarde, lo que supone su falta para la viabilidad de nuestro negocio.
Es bien sabido que tendemos a pensar en únicamente en aquello que representa una necesidad inmediata pues justamente por eso se le llama necesidad inmediata, aunque muchas veces sin estar seguros de cuál es la necesidad inmediata y mucho menos su alcance, algo sobre lo que por cierto, también solemos y quizás no haya otra forma, aprender actuando.
No obstante, aunque a primera vista pueda no parecérnoslo, todo lo que envuelve, adorna, mejora y agrega valor pero también protege nuestro proyecto, debería ser siempre una necesidad inmediata, en cuanto debe estar ahí desde el inicio y no tener que inventárnosla cuando se le necesita. Decía un sabio jurista que el mejor contrato es aquél que una vez firmado se guarda en el cajón y nunca más se vuelve a necesitar y sin embargo, sin su firma nada hubiéramos podido realizar. Es una exageración, por supuesto, también los abogados tienen derecho a ello siempre que se use con moderación, pero esconde una realidad que no puede obviarse: las cosas como más claras desde el principio, mejor.
Y en esta misma línea es donde sobresale, por su importancia, por su necesidad, un buen pacto entre los socios, que como se ha dicho antes, no se trata de elaborar un gran pacto, sino uno bueno que es aquel que refleja lo que los socios esperan a la hora de embarcarse en un proyecto, pues no es lo mismo una navegación de recreo, de largo alcance, de bajura, de altura o trasatlántica. No solo se trata de tener un documento más y poner una cruz al check list, se trata de haber abierto un espacio donde se haya reflexionado y desde la posición inicial de cada uno, se haya llegado a un acuerdo en lo más importante, previendo las situaciones más típicas que pueden acaecer en el futuro y todo ello, por si fuera poco, con una mirada “profesional”, sin olvidar la parte humana, ¿cómo podríamos?, pero siempre, como digo, con una perspectiva profesional que no es más que darle un sentido profesional a nuestro proyecto, al fin y al cabo no estamos hablando de un matrimonio, una peña, un club, un viaje familiar, una fiesta de navidad o el equipo de “mis amores”; se trata, en este caso, de poner en marcha o “levantar” un proyecto eminentemente profesional. Todo ello con la firme determinación que solo algunas de las prevenciones del pacto deban usarse únicamente cuando sean necesarios, que es otra forma de decir, excepcionalmente.
Un pacto de socios típico, que solo tienen sentido cuando hay una sociedad en su centro, tiene que contemplar en primer lugar quienes son las partes algo trivial a primera vista pero aunque nos sorprenda, no siempre es así de obvio, pues las partes son aquellas que se implican en el proyecto y por lo tanto identificar, no aquellos que “revolotean” alrededor del proyecto, sino aquellos que tienen algo que decir y aportar desde el punto de vista industrial (en el sentido de “industria” entendida como negocio o actividad económica o conjunto de operaciones ejecutadas para la obtención de uno o varios productos o servicios) o financiero. Una vez identificados los que van a ser nuestros socios, debemos definir en calidad de qué y el alcance de su participación o implicación y en función de ello otorgarles un rol y regular los medios para ejercerlo.
Igualmente, el pacto debe dejar claro el propósito de la sociedad, eso debería permitir definir las necesidades más relevantes de esta sociedad y por lo tanto, preparar su cumplimiento, reflexionar sobre su horizonte, el más inmediato y el más distante, no necesariamente para acertar este último, al fin y al cabo Colón no pensó en encontrarse con un nuevo continente a mitad de su trayectoria, si no para poder estar preparado para sacar el mayor rédito de cualquier novedad inesperada.
Es evidente que el pacto de socios afecta a la sociedad por lo que, de lo que se trata es de enfocarse en detalle en el funcionamiento de esta sociedad. ¿Qué órganos de gestión se provee a la sociedad?, ¿quién la gestiona y por qué?, ¿qué poderes tienen el gestor y por qué?, ¿qué derechos de veto, información, opinión o resolución tienen los demás, sin que parezca que se están entrometiendo u obstaculizando el proyecto?, ¿en qué momento pueden hacerlo y cómo?, ¿qué consecuencias? Las preguntas son múltiples, también las respuestas, y no se trata aquí de agotarlas, solo de apuntarlas. Como en toda sociedad, el control es fundamental pero no menos sus límites.
La financiación es también un elemento a tener muy en cuenta, el valor de las participaciones, los réditos (dividendos u otros), préstamos de los socios, aportaciones y por supuesto, cambios en la distribución de la participación en el capital de los socios. Saber qué pasa cuando uno se va desligando poco a poco o cuando uno va adquiriendo mayor protagonismo es siempre. La venta o transmisión de participaciones (o acciones que aquí se usa indistintamente) entre los socios y el valor de dicha transmisión a los socios.
El siguiente punto es la relación con terceros, ahí la reflexión es sobre quienes pueden entrar en el proyecto y si pueden en qué condiciones y a qué valor. Esos terceros deberán respetar el pacto de socios o pueden actuar independientemente. No necesariamente estos terceros –aunque sí a primera vista parezca conveniente- deben entrar directamente dentro del núcleo duro de nuestra confianza, la práctica –y la ley, por supuesto- favorecería que fuera así pero no siempre es necesario y puede ser conveniente establecer un plazo.
La forma de resolver los conflictos, que siempre surgen, es un punto que suele descuidarse. Es por lo tanto, un tema muchas veces crítico y curiosamente, descuidado. El éxito dependerá de no crear un procedimiento demasiado complejo que en vez de disminuir la tensión produzca una escalada y a la vez que no “culpabilice” a los intervinientes.
Muchos otros temas pueden ser objeto del pacto de socios puesto que no existe un único formato, al contrario, una de sus mayores virtudes es la flexibilidad para incluir –dentro de los límites del marco de funcionamiento de la ley- todo aquello que pueda ser relevante para los socios, por lo que no cabría incluirlos todos aquí. No obstante, para terminar destacaría la recomendación de añadir siempre una “estrategia de salida” que no es más que el establecimiento de los mecanismos apropiados para aquellos que no deseen continuar puedan salir en una forma que busque el menor perjuicio para ellos, para la sociedad y para los que se quedan, en otras palabras de la forma más amigable posible, al fin y al cabo, por mucha “profesionalidad” que le hayamos puesto a nuestro proyecto y a pesar de que pueda sonar algo ingenuo, aunque los caminos puedan separarse, las personas deberían seguir siendo el valor más valioso e importante a ser protegido.
Al fin y al cabo, parafraseando a Hölderlin “lo que permanece lo fundan siempre las personas” y un proyecto profesional, con sus modificaciones, sus vaivenes y su capacidad de reinventarse, aspira a ser permanente.
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