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Yo creo que he venido al mundo para escribir y contar lo que veo.

Naipaul

La literatura es una de las múltiples formas que tiene el ser humano de contar lo que ve, la sociedad que le rodea, la verdadera o la imaginaria, la que tiene más cercana como la más lejana, la sociedad en la que vive o quisiera vivir, la sociedad que comprende o la que quisiera comprender, la de hoy o la del pasado, la sociedad de su entorno o la universal, sea como sea, al representar una sociedad no puede dejar de reflejar el derecho que la define y a vez, que viene definido por ella. Derecho y literatura son vasos comunicantes. De alguna manera el derecho en toda su amplitud es como el aire, no hace falta recordarlo constantemente, basta saber que está presente.

Esa presencia la veíamos muy destacada en obras que tenían como trasfondo el nacimiento del capitalismo y el ascenso de una nueva clase social, la burguesía industrial. El industrialismo, las grandes corporaciones, las revoluciones liberales, el desarrollo, la comunicación, las nuevas oportunidades, la extensión de la educación, los avances sanitarios, son las novelas de Stendhal como El rojo y el Negro o La Cartuja de Parma las que reflejan los nuevos arribistas y las contradicciones de esta sociedad, entre el anacrónico ducado independiente con un poder arbitrario y la presión de una voluntad reformista que el derecho no puede ignorar. Toda esta tensión tendrá dos caras, la positiva y la más negativa 

Por ello, frente a todo lo maravilloso de la ciencia y los progresos humanos, lo que también reflejó la literatura fue la otra cara del capitalismo y del “sueño americano”. Más allá de los Gatsby o de la rica heredera en la novela Washington Square de Henry James, la cara amarga del progreso aparece retratado en varias novelas donde el papel del emigrante y su lucha por obtener un mínimo de derechos civil, es así como la nacionalidad americana, se muestra con toda su crudeza. Novelas escritas o interpretadas por inmigrantes que descubren ser la parte más débil de la relación jurídica, normalmente imposibilitados de ejercer sus derechos frente a los abusos de los administradores de las fincas en las que viven hacinados y sin posibilidad de acción jurídica contra ellos que pueden echarlos de su vivienda al mínimo retraso de pago o ante la más mínima infracción del contrato de arrendamiento. El derecho se convierte aquí en una herramienta del abuso de los poderosos.

Entre estas novelas de emigración y lucha incluso contra el propio derecho, y no es posible citarlas todas,  destacamos América de Franz Kafka en donde un joven de 16 años es obligado a emigrar por sus padres al haber seducido a la criada, y cuyas obligaciones derivadas de ese acto no están dispuestos a asumir, descubre las dificultades de adaptarse al medio y una gran cantidad de normas absurdas que no el protagonista no es capaz de entender (al igual que ocurre con K en la otra gran novela de Kafka El proceso) y por tanto, acatar.

  De esa cara poco amable de la legislación americana también destaca Un árbol crece en Brooklyn de Betty Smith, novela hasta hace poco bastante olvidada, y que relata la infancia y juventud de Francie Nolan, una niña hija de abuelos inmigrantes austriacos e irlandeses que malvive en un conjunto de casas donde, más allá de las normas legales del país de acogida, la costumbres de los países de origen de los habitantes del condominio van generando una tupida red de derechos y obligaciones entre ellos, igual o más importantes que la legislación a la que de verdad se encuentran sometidos. Como ejemplo, el “contrato” de trabajo de la madre de la protagonista, que subsiste limpiando las escaleras o los chicos que recogen papeles, cartones y lastas viejas, y  que, sin embargo, al no contar estos derechos “locales” con el amparo de las instituciones judiciales para protegerlos, se ven obligados a buscar caminos “alternativos” que muchas veces chocan frontalmente con el derecho del país de acogida, generando un interesante debate sobre la jerarquía de normas.

También de un judío de origen polaco emigrado a los Estados huyendo de la persecución nazi, Isaac Bashevis Singer, ganador del premio Novel de literatura en el año 78, nos relata en su novela Sombras sobre el Hudson la difícil inserción de los inmigrantes judíos en Nueva York. Un grupo de inmigrantes, escapados del Holocausto, viven en una tierra que no es la suya pero en la que necesitan enraizar para seguir sobreviviendo y para ello, comercian, venden, arriendan, hacen uso del usufructo, hipotecan e invierten lo poco que tienen en busca de una prosperidad que solo unos pocos gozarán. Las normas del derecho americano y las cláusulas abusivas de la contratación en una serie de contratos de adhesión que se les van imponiendo, demuestran que el derecho civil es algo más que una simple recopilación de normas y que al igual que la lengua, el derecho determina, y es determinado, por la sociedad que lo construye y lo interpreta. Para poder moverse con soltura en la nueva sociedad de acogida, entender su derecho resulta no solo conveniente sino necesario. Solo unos pocos, de los múltiples personajes que pueblan la novela de Singer comprenderán esto y sabrán “dar el salto” que les permitirá olvidar su cultura de origen para adaptarse plenamente a la ley y cultura de acogida.

Singer también, desde su residencia “forzosa” en Estados Unidos, nos devuelve con sus muchos cuentos a la vieja Europa. Los relatos de Un día de placer nos cuentan las relaciones entre los habitantes de un barrio de Varsovia visto por los ojos de un niño. Ahí también, cada profesión tiene sus propias reglas, cada grupo de casas debe lidiar con las múltiples ordenanzas municipales y también la comunidad debe sufragar la educación judía de sus jóvenes donde el Talmud aparece como derecho principal frente al derecho civil de carácter nacional, regulador de nacimientos, matrimonios, divorcios y fallecimientos. La interpretación de las normas por parte del Rabino marca la vida de la comunidad judía y sus decisiones son respetadas por todos así como su mediación pues por su posición actúa como juez inapelable. 

En Yentel, quizás su obra más conocida gracias a su versión cinematográfica protagonizada por Barbra Steissand, plantea el reconocimiento de los derechos de la mujer a estudiar y la igualdad de género. A la muerte de su padre rabino, Yentel decide seguir sus estudios (hasta ese momento seguidos en secreto con su padre), vistiéndose de hombre y actuando como tal. La historia sigue por otros derroteros más románticos pero el planeamiento jurídico queda establecido desde el principio. Finalmente, Yentel ante las dificultades impuestas a la mujer decide continuar su vida como hombre y en tanto que tal, ejercer todos los derechos otorgados a este sexo. La pregunta que subyace es si es el individuo quien puede determinar su sexo o es la definición jurídica la que determina, fuera de la voluntad de la persona, qué derechos u obligaciones le corresponde. Lamentablemente, sigue siendo, en muchos aspectos, un debate plenamente actual.

La necesidad de vestirse de hombre como forma de reivindicar determinados derechos civiles es una constante en la literatura universal, desde El sí de las niñas de Moratín respecto al valor del consentimiento matrimonial, que no es tal, hasta las obras de las hermanas Brontë, tanto Cumbres borrascosas (que por cierto, se inicia con una visita de cortesía del arrendatario a su arrendador) como Jane Eyre. Estas dos grandes novelas decimonónicas plantean las consecuencias para las mujeres de su discriminación social y jurídica. También en el caso de la primera sobre la adopción, los beneficios económicos de la herencia y la compraventa de propiedades que permite comprar también títulos nobiliarios.

Por supuesto, las historias de la otra gran escritora victoriana, Jane Austen, en sus grandes novelas, Orgullo y prejuicio, Emma y Sentido y sensibilidad, dejan entrever las consecuencias jurídicas para las mujeres de esta situación desventajosa. Para ellas, la búsqueda de un matrimonio, más o menos ventajoso, implica la sujeción jurídica y la de su patrimonio a manos de su nuevo marido. No conseguirlo era todavía peor pues dejaba a la mujer aislada social y con pocos recursos jurídicos a su alcance para defenderse de los abusos. La viudedad no era tampoco una salida válida pues en muchos casos el patrimonio pasaba a manos de los hijos (que en ocasiones eran de un primer o segundo matrimonio) dejando a la viuda sin recursos económicos, llevándolas incluso a tener que ejercer la prostitución como único recurso para sobrevivir. 

La prostitución, más o menos “legal” es un tema muy recurrente en muchas de las novelas del siglo pasado, desde La dama de las Camelias de Dumas, Nana de Emilio Zola hasta El doctor Zivago de Boris Pasternak donde se plantea incluso la situación en la que la hija acaba sustituyendo a la madre como amante de un acaudalado hombre de negocios en la Rusia zarista (en este caso con el consentimiento de esta última). No hace falta decir que transcurriendo la novela en plena revolución rusa y sus años posteriores, se plantea un famoso debate sobre la expropiación y los derechos de los ciudadanos frente al poder absoluto del Estado e incluso la desaparición casi total del derecho civil al restringirse al mínimo la regulación de las relaciones jurídicas entre los particulares.  

También la situación de desprotección de la mujer en caso de separación está planteada en otra gran novela rusa, en este caso, de Leon Tostoy, Anna karenina, con las trágicas consecuencias que todos conocemos. Por su parte Gorky y La Madre reflejan la cara más dura de la rápida industrialización de una parte de Rusia y el desamparo de los más débiles, empezando por las mujeres.

Respecto al matrimonio, la famosa obra de teatro de la conocida escritora de novelas policiacas Agatha Christie, Testigo de Cargo, plantea un curioso debate sobre el derecho procesal de no declarar contra el cónyuge. El tema principal aquí es que se descubre que la mujer del acusado de matar a una vieja mujer para heredar su fortuna, estaba previamente casada en Alemania (entran pues elementos de derecho internacional privado) y por lo tanto el segundo matrimonio no es válido. Si bien es evidente que en estas circunstancias, bajo  una interpretación literal, la supuesta esposa podría declarar contra su “ya no cónyuge” no parece que sea este el verdadero espíritu de la norma y genera un interesante problema de interpretación de las normas jurídicas, literalidad frente a finalidad.

En cuanto al derecho de sucesión, es un tema recurrente en infinidad de novelas victorianas y de Charles Dickens.

Las obligaciones de pago y las consecuencias de su incumplimiento son tema recurrente en la novela de los siglos XVIII y XIX como el caso de Madame Bovary de Flaubert o en muchas de las novelas rusas tanto de Tolstoy como es el caso de Guerra y Paz o la ya citada Anna Karenina o en otras algo menos conocidas como Oblomov de Iván Goncharov que sin embargo dada su popularidad en su momento, dio lugar al término “oblomismo” para definir aquellas personas pasivas e indecisas que ven cómo su total inactividad da lugar a que bajo el uso de las normas jurídicas vayan poco a poco perdiendo o cediendo todo lo que poseen, algo que sucede también en  muchos de los Cuentos de Chejov o sus obras de teatro como La Gaviota. En todas ellas la arruinada nobleza rusa se endeuda para mantener un nivel de vida que no pueden pagar y ven como sus bienes son ejecutados y embargados para hacer frente al pago de sus obligaciones o son hipotecados, incluso con primeras o segundas hipotecas o simplemente los proveedores acuden a sus mansiones para recuperar, sin mediar juicio previo (lo que en sí mismo plantea un interesante debate sobre posesión y propiedad) los bienes supuestamente adquiridos pero no pagados. ¿Se transmite la propiedad de los bienes adquiridos a plazos únicamente en el momento de haberse completado la totalidad del pago? ¿Puede el vendedor recuperar el bien en tanto no haya sido totalmente pagado? También esos nobles rusos ven como sus lejanas tierras terminan por ser ocupadas por los administradores que ejercen los derechos de usucapión para adquirir la propiedad de los inmuebles. La propiedad de las tierras genera otras problemáticas jurídicas como la existencia de las servidumbres o la determinación de las lindes. En la famosa Trilogía transilvana del húngaro  Miklós Bánffy todas estas complejidades son ampliamente descritas. 

Por lo que respecta a la figura de compraventa aparece incluso en una novela tan supuestamente alejadas de cualquier análisis de carácter jurídico como Drácula de Bram Stoker. Como es bien sabido el Conde Drácula decide trasladarse a Inglaterra desde su lejana Transilvania y a través de un contrato de mandato empieza a comprar propiedades en Londres para poder instalarse con tranquilidad y a su gusto reproduciendo para ello un cementerio donde pasar cómodamente el día en su ataúd. Esto último nos llevaría a investigar las normas de salubridad y el tipo de licencia municipal necesaria para instalar tan tétrico decorado en el centro del Londres victoriano.

A todas estas contradicciones y otras muchas de la sociedad industrial se enfrenta el Derecho que tiene que buscar nuevas soluciones, nuevas formas de contratación a la vez que “abrir” derechos a quienes solo tenían obligaciones e imponer obligaciones a quienes gozaban de demasiados derechos. Parte de esa lucha, de esa contradicción y de las nuevas tensiones, quedarán reflejadas con intensidad en las grandes obras literarias. 

Queda mucho camino que seguir recorriendo, al fin y al cabo, ni la Literatura ni el Derecho se han nunca detenido. Habrá que buscar alguna otra ocasión para contarlo.

Juan Ramón Balcells

Abogado de profesión y vocación con una cariz plenamente internacional y con una larga trayectoria y experiencia.

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