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Para hablar sobre la importancia de la claridad en los escritos jurídicos, nada más apropiado que empezar con esta frase de Stendhal:

CUANDO LA ABOGACÍA ES UNA PROFESIÓN LITERARIA O CUANDO SIN CLARIDAD EN LA ESCRITURA NO HAY DERECHO.

Stendhal escribió esa frase más arriba, a pesar de lo que hoy  pudiéramos creer, sin ninguna intención irónica, pues en aquellos años todo el mundo reconocía las excelencias de la buena escritura del código. Era una máxima, los documentos legales tienen que estar bien escritos y así se entiende que Alfonso X “el Sabio” alabara a los hombre de leyes. Escribir una novela intentando que se pareciera a un código podía gustar más o menos, y por descontado, en eso del estilo, cada uno tenía y tiene su gusto, pero era indiscutible que apelar al código era apelar a una escritura rigurosa y sin filigranas decorativas que nada aportan a lo que se cuenta. El propio Stendhal, en una carta a Balzac, le decía que cada día, al menos, leía dos páginas del Código Civil “para fijar mi estilo”. Sin duda el experimento dio muy buenos resultados pues hoy en día nadie duda que el escritor de la Cartuja de Parma y El rojo y el negro, se encuentre entre los mayores escritores de la literatura universal. Hemingway quiso hacer lo mismo y no le fue fácil, Lampedusa, el autor de El gatopardo, lo tenía elevado en los altares y Leonardo Sciascia (por cierto, ambos sicilianos) sentía una verdadera adoración por el escritor al que dedicó un libro justamente con un título que no dejaba lugar a dudas. Jean d’Ormesson, tan poco dado a los elogios, salvo a él mismo, considera que hay solo dos obras que hayan contribuido a la lucha de clases en su tiempo: “El rojo y el negro” de Stendhal y “El Capital” de Karl Marx, y por su parte Stefan Zweig le dedicó, con gran apasionamiento, una de sus conocidas biografías.  Afortunadamente, a ninguno de ellos y otros tantos grandes escritores “adoradores” de Stendhal se le ocurrió leer los códigos de su época para fijar su estilo y no digamos cualquier otro escrito jurídico. Eran otros tiempos y lo que en Stendhal fue una virtud, no lo sería en absoluto para cualquiera que quisiera hacerlo en nuestros días. Sin duda algo sobre lo que tanto los abogados, jueces o legisladores tendríamos que reflexionar con profundidad.

No hace mucho, en una conocida entrevista, la recientemente fallecida juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, Ruth Bader Ginsburg decía que la abogacía debería ser una profesión literaria y que los mejores abogados han visto siempre su profesión como un arte, además de como un oficio. No lo dijo, por obvio, pero no me cabe la menor duda que con la palabra “arte” se refería sobre todo, a la escritura y no es de extrañar pues, entre los profesores que le marcaron en su ciclo secundario, según ella misma cuenta, se encontraba, ni más ni menos, que un todavía un no muy conocido profesor llamado Vladimir Nabokov. ¡Debió haber sido todo un lujo!

Hoy, más que nunca, escribir bien, lo que se traduce en ser claro, asertivo , hacer entendible los argumentos, asegurar que las conclusiones son conclusiones derivadas de la razonabilidad de nuestra argumentación y no del rumbo trazado de antemano, comprender los argumentos de los demás, pues si bien uno puede tener la razón, nunca puede tener “toda la razón” y adelantarse a ellos, y todo ello, de forma inteligible, sin artificios y, de ser posible, con un poco de humor y una pizca de “auto ironía”.  Parece una receta fácil, pero no lo es, lo que no quiere decir que la eliminemos de nuestro menú. 

La claridad en los escritos jurídicos y todos los demás, la sencillez en la expresión, la concisión, la efectividad, la sutileza, la soltura que, para no salir del mundo de la cocina ofrece la cocción  de la pasta “al dente” y la capacidad de, en palabras de Husserl, “ir directo al objeto” y en otras palabras más populares “ir al grano”, se convierten en algo imprescindible a la hora de redactar cualquier documento jurídico, sea una opinión jurídica, un contrato, una tesis doctrinal o cualquier escrito procesal, y no digamos si se trata de ¡una sentencia!

Queda claro que no se trata de expresar un deseo sino reivindicar la necesidad de una buena escritura que permita, como dice Ginsburg en la citada entrevista, “que nadie tenga que leerlas [mis frases] dos veces para entender su significado”. Es más que una expresión de buena voluntad, la claridad en los escritos jurídicos es una obligación que tiene el abogado frente a su cliente o frente a cualquiera que deba leer sus escritos. En la medida que esto no sea así no está cumpliendo con su deber profesional; en la medida que salen de la universidad licenciados sin capacidad de escribir correctamente, las universidades no están cumpliendo con su obligación y en la medida que los colegios profesionales no sancionan ni supervisan los escritos de sus colegiados, tampoco ellos cumplen con su obligación deontológica.

Más allá de cualquier reivindicación sobre la claridad en los escritos jurídicos (hay otros muchos lugares más apropiados para ello) se trata de dejar constancia de la obligación que tiene todo abogado de ser implacable con el resultado de sus escritos y en cada caso preguntarnos si hemos sabido expresar correctamente cual es el objeto de nuestro escrito, a qué cuestión legal estamos respondiendo tanto para apoyarnos en ella como para rebatirla; cómo ha sido resuelto un caso igual o parecido en otras ocasiones y por qué en el nuestro debe aplicarse en el mismo sentido o en el contrario y, de no ser así, es que el escrito no cumple aquello para lo que está destinado, es decir, en palabras de Schiller no cumple con aquello de que “lo rico en contenido radique más en el sujeto que en el objeto”.

Escribir bien no es un capricho de unos cuantos académicos, es una obligación y una de las más importantes de nuestra profesión. Y por descontado, no se trata de imponer una forma de escribir bien, una cosa es bien y otra correcta, es decir que cumpla su objetivo como texto. En absoluto se trata de cuestión de estilo, ni mucho menos, ya he dicho que, como la verdad, a cada uno el suyo, esto va con el gusto y cuando es el propio y no una simple copia, tiene que ver con lo que cada uno es; es algo que va más lejos, es la renuncia a frases barrocas ahí donde no corresponde, la búsqueda de sentido en las cosas que se dicen, de la renuncia al torrente de ideas para ver si alguna es “la buena”, de la huida de la retórica fuera de lugar, de los dobles sentidos, de la ambigüedad que ya de por sí suele colarse, tantas veces inadvertidamente, en demasiados escritos. Es, por encima de todo, la plena consciencia de que uno escribe pensando en el cliente, poniendo toda la atención en el lector, en la otra parte o en los jueces que deben no solo leer, sino entender y, esperémoslo, también compartir. 

Cada vez que escribimos para impresionar, nos alejamos del derecho; cada vez que escribimos pensando en nosotros y no en quien tiene que comprendernos, estamos burlando el espíritu del derecho; cada vez que jugamos a la ambigüedad, hacemos del derecho un juego y no nuestra profesión; cada vez que inflamos nuestros escritos con aire caliente que tan pronto como pongamos el punto se habrá ya enfriado, estamos traicionándonos como abogados y juristas; cada vez que oscurecemos aquello que debería ser diáfano, mostramos nuestra debilidad como hombres (y mujeres, por si acaso) de leyes; y cada vez que obligamos a otro a leernos más de una vez para entender qué queremos decir, no le estamos exigiendo al lenguaje lo que Leibniz le exigía, que fuera “el instrumento más adecuado para la comunicación del pensamiento”; cada vez que somos equívocos somos nosotros quienes nos estamos equivocando y lo que es peor, no estamos a la altura de lo que se espera de nosotros como abogados. No parece que sea poca cosa el tema de la claridad en los escritos jurídicos.

No hay duda, tenemos la obligación de no olvidarlo: la profesión jurídica es una profesión literaria o dicho de otra manera, sin escribir bien no hay Derecho, así en mayúscula.

Juan Ramón Balcells

Abogado de profesión y vocación con una cariz plenamente internacional y con una larga trayectoria y experiencia.

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