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A la hora de redactar un contrato, hay una serie de viejas costumbres que cualquier abogado debería procurar seguir, y vamos a intentar resumirlo en un decálogo. Pero primero, acompañadnos en este paseo por 1660:

Los Antiguos son los Antiguos
y nosotros somos los de ahora.

Moliere

Un grupo de amigos se reúne periódicamente en una especie de hermandad literaria en una mesa de la taberna del “Mouton blanc” situada en la montaña de Sainte Genevière cerca de lo que eran las afueras del París de entonces. Estos cuatro amigos eran Racine, La Fontaine, Boileau y Moliere. Nunca tanto talento junto en una sola mesa, nunca tan alegre y desenfadado y nunca tanta modernidad que nunca tan pronto devino clasicismo y, tan clásico que su nuevo academicismo marcó profundamente el devenir no solo de la literatura francesa sino de toda la literatura mundial.

Moliere (¡y no digamos Racine!), que proclamaba a los cuatro vientos su modernidad respecto a los Antiguos, hoy nos parece la cumbre de un clasicismo francés que aún actualmente viene perpetuado por el enorme prestigio de su Academia de la lengua y de la Comédie Française, todavía hoy institución sobre la que gira todo lo más importante del teatro francés. El nuevo teatro se convirtió pronto en el antiguo teatro y aun así, muchas de sus reglas no han dejado de ser intemporales.

Podríamos decir que en el mundo de los contratos ocurre algo parecido. Viejos o nuevos tiempos (cada generación se siente con el derecho, y tiene la obligación, de reclamar su modernidad); viejos contratos o contratos modernos que sirvan para dar soluciones a las necesidades de su tiempo, y sin embargo, no aparece no desaparecen de la nada. Son fruto de su tiempo, de su futuro pero también su pasado. Como todo en derecho lo más nuevo, si no quiere envejecer demasiado pronto, es parte de lo más antiguo y por eso, hay reglas de contratos que uno tendría que tener siempre en cuenta. Al fin y al cabo, no en vano el lema del Imperio romano, verdaderos padres del Derecho, y que fue recogido con vigor por el emperador Augusto, era aquello de “Semper vetus, semper novos” es decir, “siempre antiguo y siempre nuevo”.

Los llamados “contratos nuevos”, que pretenden regular y recoger a través de nuevos tipos contractuales, los nuevos servicios que la nueva sociedad digital, tecnológica, hipercomunicada y de servicios inmediatos demanda.

En su tipología establece nuevos repartos de derechos y obligaciones y define nuevas relaciones contractuales pero, sea cual sea su forma, sin su parte “antigua”, sin su herencia de más de dos mil años de creación jurídica, su parte “nueva” difícilmente tendría sentido.

Para no alargarme, al menos en estas líneas, tan solo enunciaré un decálogo de algunos “viejos hábitos” que el abogado debería procurar seguir a la hora de enfrentarse a un contrato.

redactar un contrato
  1. Escribir claro. La claridad es fundamental; la sencillez, todavía más. Si una coma puede salvar una vida imaginemos que puede llegar a hacerse con toda una cláusula de un contrato. Recordemos aquella famosa anécdota de Carlos I de España en que le trajeron una sentencia para firmar que decía “perdón imposible, que el reo sea condenado”. Ese día, vete a saber por qué, el Emperador se sentía magnánimo y con delicadeza cambió solamente una coma, quedando así la frase: “perdón, imposible que el reo sea condenado”.
  2. Mejor entender al otro que entenderse a sí mismo. Además de quien tiene que redactar un contrato –que en general no es quién se verá implicado en el contrato, las partes tienen que entender cuáles son sus obligaciones y sus derechos y más importante, las consecuencias de los mismos. ¡Cuántos contratos han fracasado casi antes de empezar a ejecutarse porque las partes solo habían entendido solo aquello que querían -o necesitaban- comprender!
  3. Blanquear los conflictos. El blanco, al menos en nuestra cultura, sigue siendo el color de la pureza. Si uno piensa que una de las partes no es del todo consciente de a lo que se está obligando, como regla general es mejor blanquear el tema cuanto antes. Está demostrado que en algún momento, más temprano que tarde, se dará cuenta y solo se habrá conseguido generar desconfianza frente al resto del contrato.
  4. Uno lee lo que cree haber escrito, casi nunca lo que ha escrito de verdad. En una ocasión un discípulo de Kokoshka le mostró un cuadro mientras le decía “Yo solo pinto lo que veo” a lo que el pintor respondió. “pues vea lo que ha pintado”. La mejor manera de saber lo que realmente dice lo que se ha escrito es pidiéndole a otro que lo lea (y como menos conozca el tema mejor) y nos haga ver lo que hemos escrito. Por supuesto, hay que pedirle que lo lea con ánimo de crítica lógica, no deberíamos esperar una crítica literaria. No se trata que juzguemos si las clausulas son las correctas o no (que sería objeto de otro tipo de revisión), sino si lo que dicen es lo que queríamos decir.
  5. Mejor con sentido. Es conveniente asegurarnos que las partes aceptan lo que está escrito y, si no de buena gana, al menos que han asumido su responsabilidad porque a su pesar, lo que se acepta tiene un sentido (generalmente económico) para ellos.
  6. Ni igualdad ni desigualdad: Equilibrio. Buscar al menos un cierto equilibrio entre las prestaciones. Un contrato es un acuerdo voluntario y se basa en general en la máxima de “doy para que des” como una carretera de doble vía y en forma más simple posible debería uno confirmar que la carretera es siempre de “doble vía”. Un esquema puede ayudar en los casos más complicados, definiendo a las partes y dibujando con una flecha las prestaciones que van de uno a otro; si por alguna razón alguna parte no tiene flechas de salida o de entrada, entonces hay que empezar a preocuparnos.
  7. ¡Esto no es la guerra! Aunque pueda parecerlo, un contrato no es un arma para aniquilar al enemigo. Un contrato es una relación entre dos partes (o más) no un partido de rugby. Un contrato no es una competición deportiva, no se trata de ganar (aunque puedan haber ganadores) y mucho menos ¡por goleada! Si una de las partes se siente derrotada lo más seguro es que a lo largo de su ejecución buscará (y toda ejecución ofrece muchas posibilidades) cualquier excusa para no cumplir o, lo que todavía puede tener consecuencias más graves, devolvérnosla.
  8. Primero cumplir, luego viene todo lo demás. El fin último y su única razón de ser de un contrato es su cumplimiento, no redactar una historia. Si no facilitamos que las partes puedan cumplir sus compromisos, no se habrá conseguido nuestro objetivo y en vez de un contrato lo más seguro es que hayamos adquirido un problema.
  9. No hay nada más absurdo que lo absurdo. A la hora de redactar un contrato deben evitarse las clausulas absurdas o las que dicen lo evidente, en sí mismo decir esto parece un absurdo y sin embargo se repite constantemente. La realidad es que si las partes solicitan un absurdo es que alguien está pensando en otra cosa; si es evidente, ¿para qué ponerla? Y si no lo es para alguna de las partes será porque no hemos sabido explicarla o la otra parte está interpretando en otra cosa. Si es así, mejor saberlo cuanto antes.
  10. Si no consultas lo escrito es que ya está en tú cabeza. Y por último, el mejor contrato es aquél que una vez firmado “se queda en un cajón”. Eso quiere decir que las partes conocen bien tanto sus compromisos como sus derechos. Cuando un contrato hay que empezar a consultarlo una y otra vez es que se va acercando la hora de los problemas.
  11. ¡Y una de propina! Puesto que todo contrato tiene vida propia (no me refiero al contrato, porque entonces no habríamos hecho nada de lo dicho hasta aquí, sino a su ejecución) siempre es bueno dejarse alguna “puerta de salida”. Si las cosas no van por el camino deseado siempre tendría que haber formas de terminarlo, aun a costa de pagar un alto precio que seguramente será siempre menor que seguir con él.

    Termino esta lista sobre cómo redactar un contrato, que no tenía otra pretensión que dar un toque más ligero a la necesaria profundidad del tema de redactar un contrato sobre el que se ha escrito mucho y por los mejores. Como no es mi caso, espero que se valorará la ligereza e incluso, el haber sido un poco contradictorio, pues como dijo una vez Umberto Eco “no se puede ser un libro fecundo sin haber producido también resultados contradictorios”.
Juan Ramón Balcells

Abogado de profesión y vocación con una cariz plenamente internacional y con una larga trayectoria y experiencia.

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