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Zeus nos ha impuesto un duro destino 
a fin de que en lo sucesivo seamos
materia de canto para los hombres futuros.

Homero, La Iliada

La revista Time ha declarado el año 2020 como el peor año de la historia (“the worst year ever”), sin duda un buen titular pero a todas luces una exageración. Desde luego no ha sido, en muchos sentidos, un año bueno. Respecto a esto la opinión es unánime pero, desgraciadamente, son muchos los años que han sido malos y lo que es más grave, todavía mucho peores. Al menos, que sepamos, el virus no ha estado producido por un Estado u organización maléfica (a la medida de Espectra en James Bond o Moriarty para Sherlock Holmes) dispuesta a aniquilar la sociedad en que vivimos, sino que ha sido la naturaleza (a modo de aviso, eso sí) la que ha venido a advertirnos que así no podemos seguir…

Dejando a un lado las valoraciones, podemos estar seguros de que este año será recordado durante mucho tiempo; tal vez sea el final o el principio de una época (al igual que la I Guerra Mundial para el siglo XX) y que este cambio de época va a suponer muchos cambios en nuestra sociedad los cuales, analizados cuando el paso del tiempo nos permita la mínima distancia histórica, sorprenderán a más de uno.

Sin querer insistir tampoco en el mantra de aquello tan socorrido de que “el cambio ha venido para quedarse”, es cierto que muchas cosas de las que han ocurrido este año son ya una premonición de la que se nos avecina, algunas buenas y otras no solo malas sino muy malas. Será la tarea de la generación actual y de la generación que espera impaciente ya en la puerta, asegurar que las buenas sigan siendo buenas y las malas sean menos malas e incluso, algunas de ellas, acaben por resultar buenas. No es tarea fácil pero casi a ninguna generación le ha sido nunca fácil.

Lo que es cierto es que el mundo está transformándose y con él, la sociedad entera y con la sociedad también el derecho deberá ser capaz de enfrentarse a todos los retos que cualquier transformación conlleva, pues, no lo olvidemos esa es la función más importante del derecho, dar respuestas a lo que demanda cada sociedad, respuestas novedosas enraizadas en un acervo milenario del que no puede (ni debe) prescindirse. 

Son muchas las novedades a las que nuestra sociedad espera poder encontrar respuestas, las mismas a las que el derecho deberá dar respuesta sin falta, sea a través de la elaboración de nuevas normas, la fijación de nuevas costumbres o mediante novedosas interpretaciones de nuestro ordenamiento, generando nueva jurisprudencia que vayan, todas ellas, aposentando el sentir de la sociedad sin por ello violentar sus principios fundamentales ni mucho menos la seguridad jurídica, que es algo a lo que aspira legítimamente cualquiera de sus actores.

Pensemos en la primera que se nos viene a la cabeza: el mundo se está planteando el teletrabajo como una forma más que óptima de prestar los servicios laborales, sin embargo, habrá que buscar la fórmula de proteger los derechos fundamentales de los trabajadores junto a las necesidades reales que tengan las empresas. Por su parte, la dependencia que se ha generado de las grandes empresas digitales, tanto en la vida laboral como la privada y social, implicará en los próximos años un análisis en profundidad de qué derechos deben respetarse en todo momento frente a su continua invasión en nuestra vida privada, sea o no consentida (y no digamos la necesidad de reflexionar sobre los límites de este consentimiento). Los datos, antes escasos pero no por ello menos trascendentes, se han multiplicado por una cifra tan elevada que, a este paso, incluso llegará un momento que seamos incapaces de pronunciar. También los avances tecnológicos plantean nuevos retos éticos y jurídicos (conceptos que deberíamos mantener juntos más de lo que ahora es habitual), que incluyen entre ellos la defensa de la biodiversidad (una defensa más allá de las simple buenas palabras) o del clima, que si no otra cosa al menos impida la destrucción de nuestro planeta. La globalidad nos podrá gustar más o menos, pero es una realidad como jamás ha ocurrido hasta ahora (y eso que, como realidad, nunca ha dejado de existir ) y por ello, ahora más que nunca, nos afecta en cada uno de los momentos de nuestra vida, desde los alimentos que tomamos, la ropa con la que nos vestimos, la música que escuchamos, los olores que percibimos, las películas o series que vemos, las noticias que creemos o no, los cotilleos que devoramos, los avances científicos y la forma de relacionarnos.

Sobre esto último, las cosas están cambiando a gran velocidad, ya no existen solo dos géneros y mucho menos roles de género. Hay un sinfín de formas de relacionarnos, de ser pareja, amigos, convivientes, familia o conocidos y todas las formas deben ser válidas, excepto el abuso y, en consecuencia, habrá que proveerse de armas para defendernos de este sin atacar los principios y la variedad que supone todas estas formas de relación. No se puede borrar toda esa variedad de formas de ser y relacionarse en base únicamente a las estructuras aceptadas hasta ahora, de igual forma que no se puede encerrar completamente a la población en atención únicamente al principio sacrosanto de la seguridad y la salud. Al fin y al cabo, la protección de la salud solo es válida cuando su finalidad es proteger la vida, pero no a costa de querer negar la vida. 

Sin ir más lejos, la pandemia con la que hemos convivido todo este año está poniendo a prueba muchos de los derechos constitucionales que hasta hace poco considerábamos como intocables. Algunos porque así lo exige la situación, otros aprovechando la ocasión. En todo caso, una reflexión profunda deberá llevarse a cabo, y cuanto antes mejor, sobre cuáles son sus límites y qué garantías se exigen para asegurar que no vayamos más allá de esos límites y no necesariamente, si deben o no mantenerse.

La tecnología está cada vez más presente y debemos estar atentos a su evolución, de manera que pueda establecerse equilibrio entre las obligaciones y los derechos de quienes los usan y los ofrecen, entre quienes los desarrollan y los comercializan, entre los generadores de ideas y quienes son capaces de darle valor y, muy importante, entre los derechos individuales y aquellos que deberíamos considerar universales. 

Así por ejemplo, es evidente que el derecho de extranjería no ha dicho su última palabra: desde la emigración ilegal, la regularización, las mafias, la actuación de los organismos humanitarios y el derecho de todo hombre de ser hombre y ser considerado como tal más allá de su lugar de nacimiento. Son temas que deberán resolverse a nivel global, lejos de establecer simples parches, locales o momentáneos. 

Como se ve, son muchos los asuntos que podríamos listar ahora para darnos cuenta que todos ellos precisan de una reflexión urgente y en profundidad. 

Y no hace falta acudir a los “grandes” temas, también en nuestro trabajo diario nos enfrentamos a una gran multitud de cambios y nuevas reflexiones. Cada respuesta tiene su valor y debe estar bien ponderada. En este sentido, desde The Lighthouse Team estamos plenamente comprometidos en afrontar los desafíos de nuestra actividad y de esta manera asegurar que estemos a la altura de lo que nuestros clientes nos exigen tanto desde el punto de vista jurídico, empresarial y de innovación. Para nosotros, estos tres términos no son palabras comunes o vacías de significado, son lo que nos define profesionalmente y lo que nos motiva a actuar en el marco de nuestros principios como organización. Así lo hemos hecho durante todo 2020, nuestro primer año de existencia como fareros, y en este sentido podemos decir con un cierto orgullo, que para nosotros, no ha sido un mal año, pese a todo.

La revista Times tiene parte de razón, el año 2020 ha sido un año terrible y especialmente doloroso para muchos y, desafortunadamente, todavía queda mucho por venir, pero siempre hay pequeñas o grandes cosas que rescatar de los desastres. Es ahora, llegados al final del año, que deberíamos asegurar que las rescatamos y, más importante todavía, no deberíamos olvidar que se nos abre todo un nuevo año para asegurar que, este, será mucho mejor.

Desde The Lighthouse Team estamos, en la medida de nuestras capacidades (modestas pero que no son pocas) en ello. Es nuestra responsabilidad y compromiso para un año incierto. Antes de ello, sin embargo hay algo que todavía queda por decir: ¡Gracias a todos los que diariamente nos habéis ayudado en esta tarea!

El equipo de fareros os desea una Feliz Navidad y un próspero 2021.
Juan Ramón Balcells

Abogado de profesión y vocación con una cariz plenamente internacional y con una larga trayectoria y experiencia.

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